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Tour Mítico - 26 de julio: Luz St. Sauver - Pierrefitte - Argeles-Gazots - Col de SOULOR - Col de AUBISQUE - Laruns - Artouste

Último día por los Altos Pirineos Franceses. Hemos de volver, y la ruta de hoy nos llevará a España por el puerto de El Portalet.

Contando con el total apoyo de mi mujer y mi hija, que recogerán la tienda y cargarán nuestras cosas en el coche, me permito levantarme a las 7, y tras un completo desayuno ciclista, antes de las 8 estoy pedaleando, camino nuevamente de Argeles-Gazots. Por última vez recorro el estrecho valle rodeado de montañas, paso por Pierrefitte, y entro en Argeles sin haberme desgastado apenas, en un suave descenso hasta los 500 mts de altura.

Sin embargo, la paz se acaba en el giro a la izquierda después de un callejeo por el pueblo. El comienzo del ascenso al Soulor me saca los colores, tensa mis músculos aún dormidos, y me hace sufrir en sus rampas del 8% mantenidas durantes al menos dos kilómetros. En Aucun lleno los dos bidones en una fuente a la entrada del pueblo, y desde aquí continuán unos suaves kilómetros bastante planos, por entre casitas de montaña, praderas donde pasta el ganado, y al fondo, los picos rocosos hacia donde dirijo mi bicicleta.

En Arrens da comienzo la tortura de curvas hasta la cima, los porcentajes bailan entre el 7% y el 9% en algunos momentos. Varios ciclistas, de todas las edades, me acompañan, me adelantan o les adelanto, y después de cada curva es entretenido ver dónde queda al que adelanté, y por dónde va el que me adelantó. El verde lo llena todo.

Y como nada se me resiste, El Soulor también cae bajo las ruedas de mi bici, bajo un cielo bastante nublado que de momento agradezco. Allí, algunos de los ciclistas con los que hemos ido coincidiendo en la subida, nos intercambiamos las cámaras para retratarnos junto al cartel que demuestra que yo estuve allí.

Arriba, como es habitual en estos puertos míticos, hay un bar-tienda de recuerdos, y al otro lado, donde empieza la bajada, un cartel que indica las dos posibles direcciones a tomar. Tallada en la roca, la línea bastante recta de la carretera que lleva al Aubisque.

Comienzan a caer unas gotas de lluvia, timidas, y me subo a la bici, yo no puedo parar. Aún no tengo a mis mujeres detrás, así que no puedo disponer del chubasquero que está en el coche. Cuando llego a una zona de túneles pequeños, las gotas se han convertido en un pequeño y fresco aguacero, que cala mi ropa, y encuentro a varios ciclistas metidos en un túnel, en la misma boca, a resguardo del agua. Yo no me asusto tan fácil, continuo.

Poco a poco, después del pequeño descenso, comienza a inclinarse la carretera nuevamente hacia arriba, disfrutando a la derecha de unas vistas preciosas del circo de Litor. En una curva a izquierdas, veo en la roca, a media altura, una placa, es un sitio agradable para los sentidos y decido comerme una barrita leyendo lo que pone: se trata de un homenaje a un ciclista holandés que no recuerdo el nombre, que fue líder del Tour de Francia y que al pasar por esta curva se despeñó, y aunque salvó la vida, perdió aquel Tour.

Al pie de la placa, encontré una cámara usada, la inspeccioné y como sólo tenía un parche, me la eché al bolsillo. Una vez en casa, dos días después, comprobé que el parche no perdía y no tenía ningún otro pinchazo, así que llegué a pensar si aquella cámara no sería el pequeño tributo, como unas flores, hacia el corredor holandés, de algún admirador o paisano suyo.

Y poco después, muy lentamente eso sí, corono el Aubisque, y entre los que estamos en esos momentos por allí, nos hacemos fotos junto al cartel, decorado con un precioso caballo que hacía bien su papel. Esta vez sí que hice uso del bar de la cima, pues aún estaba sin mi femenina compañía y los bidones estaban vacíos. Las nubes que me mojaron desaparecieron y aquí arriba el cielo estaba bastante despejado: son los cambios bruscos e imprevistos que tiene la alta montaña.

Repuesto de nuevas energías, extasiado por las vistas increíbles mirase hacia donde mirase, me decido a bajar, con la precaución siempre por delante. La bajada es de las que exigen todos los sentidos puestos en la porción de carretera que hay por delante. En pocos tramos rectos puede uno desentenderse y mirar hacia arriba, así que prefería parar en algunas curvas para contemplarlo todo (y hacer preciosas fotografías).

En un momento de la bajada, en medio de la soledad de las altas montañas, surge tras una curva una especie de hotel-restaurante. La belleza es increible. El descenso se hace más acusado, cruzo con ciclstas que sufren de lo lindo para coronar el Aubisque por este lado, les animo.

Se pasa por un pueblo turístico dedicado a la nieve como es Gourette, me recuerda a La Mongie, y aunque ahora está bastante tranquilo, es fácil imaginarse el hervidero de gente que se formará en invierno, con todo lleno de nieve.

Más adelante, en algunos tramos de bajada (¡continuamos bajando sin parar!), rondando el 10%, hay que cruzar unas largúisimas galerías preparadas para evitar avalanchas. El carril izquierdo, el que sube, está al descubierto, pero el derecho, por el que bajo, es una continua sucesión de columnas que sujetan la obra, es realmente curioso.

Unos kilómetros más abajo, tan abajo que estamos rondando los 500 metros de altura, después de unos 1.200 metros de descenso, se ve Laruns a lo lejos, y llego a un cruce, giro a la izquierda, hacia donde dice "Espagne, 29 kms". Los que hacemos la QH conocemos bien este cruce, porque aquí empieza el calvario de 29 kms de ascenso hasta la cima del Portalet.

Mi intención era subir hasta el embalse de Fabreges, donde parte un teleférico que sube hasta el tren turístico de Artouste. Comienzo a subir con pedaleo alegre. En la QH estoy más cansado por este tramo, y hoy aprovecho para ir incluso con el plato mediano, me siento bien. Mis mujeres no me alcanzan (luego supe que estaba lloviendo momentos antes de recoger la tienda de campaña y tuvieron que esperar hasta que se abriera el cielo), así que voy dejándome llevar, sin prisas, kilómetro a kilómetro. Al pasar Eaux Chaudes, puedo pararme ante una réplica de la Vírgen de Lourdes, en una pequeña cueva, a la izquierda. ¿Alguien la ve al pasar en la Quebrantahuesos, o se va muy deprisa para levantar la vista?

Después de una mini-parada en el pueblo de Gabas, para respirar y descansar un poco, que el calor aprieta ya a estas horas, paso bajo la presa, las curvas de herradura, y llego al llano junto al embalse, donde puedo pedalear suave los dos últimos kilómetros de mi aventura por los Pirineos franceses. Llego al cruce que me indica "Le petit train d'Artouste", giro a la izquierda, y como mi coche aún no aparece, meto la cabeza y medio cuerpo en un riachelo de aguas heladas que baja por la ladera.

Mi periplo bicicletero ha finalizado. Total del día: 83,86 kms, media de 18,10 kms/h y altitud acumulada de 2.137 metros. Estoy a 10 kilómetros de la frontera española.

Sentado en el borde de la carretera, con la cabeza mojada, espero a mi mujer y mi hija, que llegan unos veinte minutos más tarde. Me cambio de ropa, sacamos las entradas para el teleférico más el tren turístico, y después de asegurarnos que llevamos lo necesario (neverita con bebidas, bocatas, ropa de abrigo...) subimos al teleférico.

Para mi hija es una auténtica novedad, y la tenía preocupada todo el día. Se puso blanca cuando el teleférico da los primeros pasos y queda suspendido en el aire... pero enseguido vio que aquello era muy monótono, tranquilo, y que seguiría así los próximos minutos hasta alcanzar los 2.000 metros de la estación del tren. ¡Qué decir...! Mejor lo enseñan todo las fotos: la altura increíble, el lago visto desde arriba, el pico Midi d'Osseau destacando entre las demás montañas... lo único que no sale en las fotos es el fortísimo viento que quería arrancarnos las gorras de la cabeza.

Pasamos una tarde de las de no olvidar jamás, con esa hora y media de viaje en tren realmente fantástico, bordeando un precipicio de vértigo, y observando la naturaleza como pocos lugares pueden ofrecerla, al paso lento de la locomotora.

Llegamos a la estación de fin de trayecto, subimos el sendero que conduce a la presa, y allí estuvimos un buen rato, disfrutando de un aire fresco, limpio, de un paisaje espectacular, de unas aguas azules y un cielo inmenso de bonito.

Luego volver al inicio, bajar de nuevo en teleférico, y ya cayendo el sol, terminamos de subir el Portalet (en coche esta vez), para volver a ver España siete días después.