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Hoy toca una ruta con menos renombre en cuanto a los puertos que incorpora, pero como no se trata de deslumbrar a nadie con grandes gestas ciclistas seguro que está bien. Además cuenta con el aval de Michel, ciclolistero navarro y buen conocedor de la zona, así que no dudo en seguir sus recomendaciones y me monto el siguiente recorrido: Ochagavía→Güesa→Vidángoz→Burgui→Fago→Ansó→Zuriza→Isaba→Ochagavía.

En principio “sólo” cuenta con 2 puertos: El de Vidángoz y el Matamachos, pero a buen seguro que dureza no le faltará y más teniendo en cuenta el cambio de viento, que ha empezado a entrar con fuerza del Norte y ha refrescado más de 10ºC respecto a estos días atrás. (Máximas de 17 ºC, frente a los 31ºC del lunes)

Después del -una vez más- estupendo desayuno con Yolanda, salgo en dirección Sur con viento favorable y algo de frío en el cuerpo. No tardo en llegar a Güesa para desviarme por una carretera secundaria con menos tráfico si cabe, llegando hasta Igal, dominado por su iglesia románica y una tranquilidad absoluta.

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Igal, sinónimo de tranquilidad y sosiego.

A partir de ese punto la carretera comienza a subir, levemente al principio y más decididamente después, para así completar el primer cambio de valle de la jornada: Salazar→Roncal. La vista desde el alto es preciosa, pero hoy destaca sobretodo el silencio reinante, a lo sumo roto por el graznido de alguna ave o el silbido del viento entre las copas de los árboles.

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Primer cambio de valle (Salazar→Roncal).

Monumento a los 2000 prisioneros que abrieron esta carretera.

Tras el sosegado disfrute, me abrigo para el descenso hacia Vidángoz. La carretera no invita a correr y menos aun con la panorámica que se divisa justo desde la curva desde la que arranca el desvío hacia la entrada del pueblo. Me animo a entrar en el pueblo, donde me ha comentado Yolanda que ayer hubo la fiesta de la brujería, recordando la presencia de éstas en el pasado.

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Entrada de Vidángoz.

La bajada de la bruja.

El pueblo entero está decorado con alegorías a la brujería, lo cual sumado a la casi nula presencia de gente por la calle le da un aspecto más auténtico.

Con el parón y las fotos el cuerpo se me ha quedado frío, así que decido darle un poco de ritmo de camino hacia Burgui cruzándome con unos cuantos paisanos entregados a su paseo matinal… ¡En camisa de manga corta!. Me digo que no es posible, que debo haberlos visto mal, pero no, todos los que me cruzo van así de valientes, con su gorra de la caja de ahorros correspondiente, su sonrisa y su saludo.

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Ya en pleno valle de Roncal me acerco hasta Burgui, donde me quedo impresionado por su enorme frontón, y es que la afición a la pelota que hay por estas tierras implica contrastes como éste, un pequeño pueblo con un frontón digno de un campeonato mundial. Debo reconocer que me produce una mezcla de satisfacción y envidia ver la afición al deporte que hay en Euskadi y Navarra. No todo es fútbol por suerte.

Frontón de Burgui.

Reinicio la marcha en dirección Norte, siguiendo brevemente el valle del Roncal para desviarme enseguida hacia el valle de Ansó. La lucha contra el viento es permanente durante este tramo, espero que luego entre montañas esté más protegido.

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Pero para llegar hasta el valle de Ansó primero tendré que superar el “Matamachos”, un puerto de notable dureza y muy poco conocido que me recomendó el ciclolistero Michel.

Lo cierto es que buena parte de esa dureza viene dada por el lamentable estado del firme navarro, justo hasta la cima, donde se pasa a Aragón. A partir de ahí la carretera mejora enormemente, lo cual facilita el descenso.

Fábrica del omnipresente queso de Roncal en el desvío hacia el valle de Ansó.

Hacia la derecha llegaría a Isaba.

Tras abrigarme y comer un poco decido improvisar una vez más la ruta, acercándome hasta Fago en vez de ir directo hacia Ansó. Había visto muchas imágenes de este pueblo por televisión y la verdad es que merece la pena, con sus calles empedradas y sus casas robustas, bien preparadas para la dureza de los inviernos de la zona.

También son numerosas las rutas para hacer senderismo que salen desde las inmediaciones del pueblo. Otra opción muy recomendable, sin duda.

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Camino de Fago, guiño inevitable a los túneles de Litor.

Fago.

Compruebo de primera mano como la polémica por la actuación del alcalde de esta localidad sigue viva, con pancartas alusivas y cierto resquemor de los vecinos. Historias lamentables del ejercicio del poder y más aun que acaben con el asesinato de una persona.

Polémicas aparte, deshago el camino –esta vez de subida- hacia Ansó, pasando junto a un grupo de observación ornitológica que ha ocupado un carril de la carretera para desplegar toda la infraestructura asociada. El día sigue fresco y ventoso, pero a cambio la visibilidad es perfecta.

Llego a Ansó y tras rodearlo enfilo hacia Zuriza. Son más o menos las 13h y el olor de los asadores hace que uno se replantee su “vocación” ciclista. Estoy en pleno Valle de Ansó del cual me han hablado maravillas y rápidamente descubro que están perfectamente justificadas por la belleza del entorno. Lo que no ha cambiado es el viento del Norte, que en este tramo entra decididamente de cara y hace que la marcha sea lenta para lo que uno esperaría de una carretera con tan poco desnivel.

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Ansó desde la bajada del “Matamachos”.

Ansó.

Tras unos 5kms el cuerpo me reclama alimento y decido concederme el pequeño “lujo” de parar junto al río Vera en vez de comer en marcha, siendo éste uno de los momentos más gratos de toda la jornada por su sencillez. Basta con el rumor del agua, el sol calentándome la espalda y el viento en la cara para dejar que la relajación vaya fluyendo y el reloj se detenga.

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PLENITUD: Valle de Ansó. Parada para reponerse, mucho más allá del alimento.

Me reincorporo a la ruta con pedaladas deliberadamente lentas y es que la relajación que me ha proporcionado ese rato sigue presente en cada mirada al paisaje, cada recoveco de la carretera, cada cornisa sobre el valle… La despreocupación es absoluta, sólo tengo que pedalear y dejar que la naturaleza sea la protagonista y yo su invitado de excepción.

Hay tramos realemente angostos por los que el viento parece rebelarse contra su confinamiento, soplando aun con más fuerza, llevándome en ocasiones a tener que echar mano del 39/26 y hasta 39/29 en algún repecho puntual. ¡¡¡El mismo desarrollo que en Larrau recorriendo un valle!!! , si me lo llegan a decir no me lo creo.

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En su cabecera el valle se va abriendo, anticipo de la vista magnífica de Zuriza.

Otro rampón, esta vez culminando en un paso canadiense, da fin al recorrido por el valle de Ansó. La recompensa –si es que fuese necesaria- es la contemplación del fondo del valle y -una vez más- la tranquilidad reinante. Es curioso lo rápido que puede llegar a cambiar el tiempo y es que unas tímidas gotas de agua comienzan a caer inopinadamente, sin saber muy bien de dónde ni porqué, lo que hace que me apresure a girar a la izquierda hacia Isaba, pasando por el puerto de Navarra, limítrofe con Aragón.

Este tramo por el Valle de Belabarce es también de gran encanto por la cantidad de vegetación que lo rodea, en la bien denominada Selva de Belabarce. La tímida lluvia amenaza con arreciar por momentos, lo que hace que la suave bajada hacia Isaba se convierta en una pequeña contrareloj, por si me toca buscar refugio. Giro a la izquierda en lo que será una breve incursión por el Valle de Belagua dando la espalda –sólo por hoy- a la Pierre de Saint Martin. Llegado a Isaba decido seguir hacia el Puerto de Laza en vista de que la lluvia no termina de desatarse, siempre con la vista puesta en el cielo de plomo que ha decidido acompañarme en este final de recorrido.

Me encuentro pletórico, probablemente más en lo psíquico que en lo físico, lo que me anima a poner un buen ritmo de subida. En el descenso saludo a un alforjero de Colorado mientras espera a su novia. Han venido desde Holanda, donde trabaja, para hacer una ruta por los Pirineos. Les animo al indicarles que tienen la cima a 2kms de suave ascenso y nos despedimos.

Conocedor del terreno favorable que me espera de vuelta a Ochagavía, me dejo llevar por la pendiente, saboreando este recorrido, a priori de menos “renombre” en cuanto a la entidad de sus subidas, pero que me ha dejado un excelente recuerdo por la belleza dominante. Además la rodilla no se ha resentido en absoluto y me hace pensar con optimismo en la dura Larra-Larrau que nos espera el Sábado.

Más estiramientos y una merecida cena en el “Auñamendi” para caer -un día más- rendido, repasando mentalmente los parajes que empiezan a acumularse en mi recuerdo y de los que espero no desprenderme.

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